viernes, 19 de junio de 2009

Érase una vez...

...una república habitada por porteños, gauchos y piqueteros, amén de otras gentes de desigual fortuna, que estaba a punto de celebrar unos comicios electorales para recibir al invierno. Esta república estaba gobernada por una presidenta altanera y peripuesta, a la que nunca se le escapaba un pecado en público ni un pedo en privado. La presidenta habitaba una casa rosita por el día, en donde los cortesanos la adulaban y le decían lo mucho que valía. Qué contenta se ponía ante tanta hipocresía. La susodicha estaba casada con un bizco fanfarrón, al que todo el mundo trataba como el verdadero regidor. De él se decía que hacía y deshacía a su antojo sobre toda la nación, poniendo a su consorte en primer plano por si se terciaba la rebelión. Él y ella, ella y él, tanto monta, monta tanto, eran dueños y señores de esas prósperas tierras y su vida era tranquila a lo largo de los días.

En esta república tan particular, junto a la figura de la presidenta estaba la del vicepresidente. Cleto se hacía llamar. Juntos fueron a los últimos comicios en la fórmula electoral. Hoy en día no se hablan, ni para bien ni para mal, ya que el flaco mendocino no quiso dar su voto a la terca presidenta. Ya lo ven, presidenta y vicepresi, cada uno de un partido distinto, se presentaron juntos a elecciones y tras pocos meses de convivencia ya no se entienden.

Las elecciones en la república federal iban a decidir quienes serían los próximos diputados del país. No es baldía la cuestión. Ahora bien, éstos serían elegidos en julio, pero hasta diciembre no asumirían el cargo. Cosa obvia en aquella época, tenían que tener un tiempo, tras saber quienes seguirían en el cargo, para robar más o menos según el caso. A esas elecciones se presentaba como diputado nacional el presidente consorte, Néstor a la sazón. Además de él, o mejor dicho, junto a él, existía un tipo de candidatos bien llamados testimoniales. Estos ponían la cara, daban mítines, eran elegidos pero... nunca iban a ocupar su cargo. Novedoso en esas tierras elegir para no ejercer. Caso curioso.

Además había partidos. Políticos me refiero, de fútbol también. Ahora bien, no me pidan que recuerde los nombres porque cambiaban de elección en elección. Los nombres de los partidos digo. Y los políticos también. Los que anteayer iban unidos, ayer eran rivales, hoy nadie lo sabe y mañana Dios dirá. Sólo sé que había por aquellos tiempos en la corte, gente que se autodenominaba justicialista, es decir, peronista, y otros que eran radicales. Cuáles la diestra y cuales la siniestra. La moneda hacia arriba y ustedes decidan.

Todo esto son recuerdos, vagos y desordenados, de una república federal, que tuve la ocasión de visitar. Puede que existan errores en mi relato. De hecho serán cuantiosos. Pero es todo lo que llegué a comprender de la política de aquella remota y rica república federal argentina.

No hay comentarios: