martes, 13 de diciembre de 2011

una de funcionarios

En alguna que otra ocasión me he acordado de los progenitores del funcionario de turno. Alguna de ellas en este blog. Ahora que ando deambulando por el gremio, me sigo ciscando en numerosos funcionarios que exasperan hasta al Santo Job, pero de vez en cuando toca ponerse en el otro lado. Ahí va un texto que me han pasado.

Resulta que en la década prodigiosa del pelotazo, cuando media España se lo llevaba caliente a casa, cuando un encofrador sin estudios se embolsaba tres mil euros, cuando hasta el último garrulo montaba una constructora y en connivencia con un par de concejales se forraba sin cuento, cuando un gañán que no sabía levantar tres ladrillos a derechas se paseaba en Audi, los funcionarios aguantaban y penaban. Nadie se acordaba de ellos. Eran los parias, los que hacían números para cuadrar su hipoteca, hacer la compra en el Carrefour y llegar a fin de mes, porque un nutrido grupo de compatriotas se estaba haciendo de oro inflando el globo de la economía hasta llegar a lo que ahora hemos llegado.

Y ahora que el asunto explota y se viene abajo, la culpa del desmadre es de los funcionarios. Los alcaldes, diputados y senadores que gobiernan la cosa pública a cambio de una buena morterada no son responsables de nada y nos apuntan directamente a nosotros: somos demasiados, hay que ultracongelarnos, somos poco productivos. Los responsables bancarios que prestaron dinero a quienes sabían que no podrían devolverlo tampoco se dan por aludidos. Todos los intermediarios inmobiliarios, especuladores, amigos de alcalde y compañeros de partida de casino del diputado provincial no tenían noticia del asunto. Nosotros sí. Como diría José Mota: Ellos? No. Nosotros? Si. Siendo así que ellos? No. Por tanto, nosotros? Si.

La culpa, según estos preclaros adalides de la estupidez, es del juez, abogado del estado, inspector de hacienda, administrador civil del estado que, en lugar de dedicarse a la especulación inmobiliaria a toca teja, ha estado cinco o seis años recluido en su habitación, pálido como un vampiro, con menos vida social que una rata de laboratorio y tanto sexo como un chotacabras, para preparar unas oposiciones monstruosas y de resultado siempre incierto, precedidas, como no podía ser de otra forma, de otros cinco arduos años de carrera. Del profesor que ha sorteado destinos en pueblos que no aparecen en el mapa para meter en vereda a benjamines que hacen lo que les sale de los genitales porque sus progenitores han abdicado de sus responsabilidades. Del auxiliar administrativo del Estado natural de Écija y destinado en Barcelona que con un sueldo de 1000 euros paga un alquiler mensual de 700 y soporta estoicamente que un taxista que gana 3000 le diga joder, que suerte, funcionario.

La culpa es nuestra. A poco que nos descuidemos nosotros los funcionarios seremos el chivo expiatorio de toda una caterva de inútiles, vividores, mangantes, políticos semianalfabetos, altos cargos de nombramiento digital, truhanes, pícaros, periodistas ganapanes y economistas de a verlas venir que sabían perfectamente que el asunto tarde o temprano tenía que petar, pero que aprovecharon a fondo el momento al grito de mientras dure dura! y que ahora, con esa autoridad que da tener un rostro a prueba de bomba, se pasan al otro lado del río y no sólo tienen recetas para arreglar lo que ellos mismo ayudaron a estropear, sino que, además, han llegado a la conclusión de que los culpables son... tachan...los funcionarios.

Soy funcionario. Y además bastante recalcitrante: tengo cinco títulos distintos. Ganados compitiendo en buena lid contra miles de candidatos. ¿Y saben qué? No me avergüenzo de nada. No debo nada a nadie (sólo a mi familia, maestros y profesores). No tengo que pedir perdón. No me tocó la lotería. No gané el premio gordo en una tómbola. No me expropiaron una finca. No me nombraron alto cargo, director provincial ni vocal asesor por agitar un carnet político que nunca he tenido.

Aprobé frente a tribunales formados por ceñudos señores a los que no conocía de nada. En buena lid: sin concejal proclive, pariente político, mano protectora ni favor de amigo. Después de muchas noches de desvelos, angustias y desvaríos y con la sola e inestimable compañía de mis santos cojones. Como tantos y tantos compañeros anónimos repartidos por toda España a los que ahora algunos mendaces quieren convertir, por arte de birli-birloque, en culpables de la crisis.

Amigos funcionarios, estamos rodeados de gente muy tonta y muy hija de puta.

PD. Si alguien, en cualquier contexto, os reprocha -como es frecuente- vuestra condición de funcionario os propongo el refinado argumento que yo utilizo en estos casos, en memoria del gran Fernando Fernán-Gómez: váyase usted a la mierda, hombre, a la puta mierda.

martes, 6 de diciembre de 2011

a galopar

Creo que van a llegar tiempos de canción protesta. De viejas y nuevas letras. Antiguos eslóganes entonados por jóvenes gargantas. Reivindicaciones modernas sustentadas en letras pasadas.

Porque cada día entendemos menos. Porque a la que queremos llegar a saber lo que es la prima de riesgo, abren los noticieros con no sé qué de un ráting de una tal Standard & Poor's. Porque el común de los mortales no alcanza a asimilar las cifras exorbitantes que en materia económica amenizan nuestro día a día.

Al final habrá que hacerse entender. Cantando.



Imágenes que ponen la piel de gallina.

martes, 29 de noviembre de 2011

los chicos de los discos

A todos los amantes de la música, os dejo un viejo ensayo de Kiko Amat sobre una forma de vida; la arqueología de los discos.

Los chicos de los discos

Somos los chicos de los discos.

Somos los chicos de los pisos inclinados por el peso de todo ese vinilo mal distribuido. Somos los chicos de las Expedit llenas. Los de las peleas conyugales por espacio, los de las pilas de "nuevas entradas" que crecen hacia el horizonte, somos los que pedimos que nos falsifiquen el ticket de compra en las disquerías para que -a efectos maritales- parezca que hemos comprado menos.

Somos los chicos de los ojos fijos y los dedos sucios. Somos los arqueólogos del LP. Los de la memoria fotográfica para años y sellos y miembros e instrumentos y portadas y números de serie. Somos los que podemos pasar dos horas, tres horas, cuatro horas, cinco horas, todas las horas, buscando en cajones de discos de Todo a 3 Euros con la esperanza de encontrar algo. Somos los que, cuando cinco horas más tarde aún no hemos encontrado nada, nos obligaremos a encontrar algo vagamente digno que justifique el tiempo empleado (Kid Creole, el All right de Christopher Cross, Nilsson barato, MOR no vomitivo, Kitchenware de segunda fila, algo de Creation mitad-de-los-90, 99 red balloons, el disco de Poison Idea que está en todas partes, Ned's Atomic Dustbin, Cat Stevens, lo que sea).

Somos los snobs de los discos. Sabemos lo que queremos, y vamos a conseguirlo. ¿Hablar con aficionados? ¿Hablar con no-creyentes? Para nosotros, esto es una religión. Y, como dice el Lermontov de Las zapatillas rojas, "a uno no le gusta ver su religión practicada... así". Lo que somos, tiene valor. Lo que somos, implica una gran cantidad de horas, obsesión, sufrimiento, atención, dedicación, pasión extrema, búsqueda desesperante, investigación detectivesca, debate interminable y eterno sobre puntos e íes. Nuestra figura, tiene que ser reivindicada. Creo que era en el Head-On de Julian Cope donde se reivindicaba la figura del descubridor de discos, el turner on, el tipo que ilustró a otra gente en la existencia de determinados discos magníficos, cambia-vidas, linea-en-la-arena-y-una-vez-las-has-cruzado-ya-está, discos gloriosos, catárticos. Ese tipo no tenía necesariamente que escribir en un fanzine o tocar en un grupo; el mero hecho de ir por el mundo haciendo que la gente prestara atención a los discos adecuados era suficiente marca de respeto y sabiduría y apasionamiento.

Somos ese tipo.

Somos los que dejamos de desayunar durante una semana para conseguir un disco. Tan solo ese gesto, por sí solo, define cuál es la implicación original -adolescente y obrera- en todo este lío de los discos. Somos los que robamos para conseguirlos. Los que tuvimos ataques de asma entre cajones. Los que nos peleamos por ellos en bares. Puñetazos por los Jam no parece una tontería, ni siquiera hoy. Ni siquiera hoy.

Lo que somos, es: somos los enterados de los discos.

¿Es esto tan importante como para que la gente nos admire? "La vida te da la posibilidad de escoger entre el vestido cool y el vestido sin gracia", diría Tibor Fischer en su Voyage to the end of the room, "entre la música hecha por un músico inteligente y exigente y la hecha por un tontorrón con notas cansadas y robadas, y los que efectuamos la elección correcta deberíamos ser aplaudidos. Sin duda la vida es cribar las opciones correctas y ser aplaudidos por la gente correcta, ¿no?". Sin duda.
Somos los que grabamos cinta tras cinta a novias, amigos, amigas, desconocidos, futuras amantes. Cintas que reposan en cajas, en coches ajenos, cintas que se perdieron hace tiempo o son tarareadas aún en viajes a l'Empordà. Hicimos carátulas. Dedicatorias. Pusimos títulos absurdos e inventamos discográficas que no existían. Somos esos pobres locos, los que cada vez que conocieron a una mujer tenían automáticamente el dedo en el Rec de grabar, casi sin darse cuenta.

Somos esos tíos penosos, sí.

Pero su pena, sólo los discos la podían curar.
Somos gente algo enferma, gente de ideas fijas y tradiciones largas, así que no nos vengas con MP3, CDs grabados, Ipods. Solo por respeto, no vengas. Esto significa algo, estamos aquí batallando por la belleza del sonido y el receptáculo que lo almacena, por las cosas que importan, no podemos perder tiempo. Estas cosas nos preocupan. Hay demasiado que almacenar, buscar, grabar, pinchar, demasiada gente que humillar con nuestro conocimiento, demasiados utilizadores de la palabra "pop-rock" que poner en su adecuado lugar con un par de definiciones exactas y certeras de un sonido. Tantos discos, tan poco tiempo, tanto que conocer, tanto espacio que usar.

Esto somos:

Somos los chicos que se van a divorciar. Los que olvidan los potitos pero saben todas las reediciones venideras. Los que tienen 17 años mentales y, encima, bajan a 14 cuando escuchan punk rock. Los que bailan a los Fleshtones en calzoncillos, aún. Los que ponen monedas encima de los brazos del tocadiscos. Los que saben qué disco va con cada cena, viaje, mañana, polvo, cumpleaños, fiesta, amigo, tía, resaca. Los que cantan las canciones con el salto de la aguja incorporado. Los que se enamoran y graban cintas, y luego ven a la chica marchar con el deportista cenutrio, una y otra vez. Los que se enamoran y graban cintas, y de golpe funciona y la chica dice Ésto es increíble, creo que te amo y, en efecto, nadie puede creerlo, nosotros mucho menos. Somos los del dolor del pasado y la angustia del futuro, y entremedio, discos. Discos para todo. Para mitigar la pena y potenciar la exhilaración. Discos para una boda. Discos para un entierro. Discos para nuestra cordura y también para nuestra locura. Si no te gustan los discos, ¿qué te gusta? Vamos a tu casa a escuchar discos, y a la mierda todo lo demás.

Somos los chicos de los discos, hombre.

Kiko Amat, Agosto de 2007, Barcelona

lunes, 14 de noviembre de 2011

el arte de votar

Es difícil votar. Hay que saber por qué, para qué, con quién, contra quién; con arreglo a la clase en que se está, si se sabe cuál es: quiero decir, si se tiene espíritu de clase y no si se cree uno propietario porque esta endeudado con bancos, patronos, sociedades de crédito y familiares, si pueden; por las ideas, si tienen, y, si no se tienen, habrá que buscarlas. Temo que hay personas que están tratando de coordinar todas estas tensiones, y, al final, no saben claramente en qué candidato han de depositarlas; ni siquiera en qué consiste abstenerse. El abstencionista no es una persona en blanco, un cerebro vacío: es alguien que no quiere prestarse a ser un comparsa de unas situaciones ficticias que en España comienzan con la transición misma y sus textos constitucionales, y las órdenes y decretos con los que se ampliaron y definieron constituciones y estatutos. Parece que es todo demasiado complejo: y aun lo es más. Hay que tener en cuenta circunstancias internacionales: la guerra de Irak, Bush, Europa; y la cuestión religiosa, con el Papa obviando esa guerra en Madrid; y la cuestión vasca; y la ceguera del terrorismo y el antiterrorismo Y medir el grado de democracia, sin olvidar el grado cero. Naturalmente, la cuestión obrera, o social; la preocupación o la indiferencia por las catástrofes. No se puede olvidar la inmigración. Pero tampoco podemos olvidar el pasado próximo, y lo que ha sucedido durante él. Ni una cuestión global izquierda / derecha.

Evidentemente, votar por alguien, votar en blanco, no votar, votar de una manera para municipios y de otra para autonomías, hacer ya campaña para las elecciones generales. Votar contra la televisión y sus favoritos pero ¿contra qué televisiones? ¿Contra qué periódicos, contra qué radios? ¿O de acuerdo con cuáles de entre esos medios?

Esta confusión que se arroja sobre los ciudadanos del censo no es casual. Está prefabricada. Forma parte de lo que llamamos el sistema; incluso la presión para que votemos todos, hecha desde la autoridad y desde todos los partidos, contraviene la Constitución que permite la abstención; el voto no es obligatorio, como lo es en otros países; y no digo que en todas las democracias, porque todo régimen se llama a sí mismo democrático, entre otras cosas para que no le bombardeen y le ocupen; y cuando le ocupan, se apresura a organizarse en democracia para que le den algún dinero y le permitan las ventajas que los dominantes se dan a sí mismos.

Podría sacarse la consecuencia de que en esta confusión que impide que uno vote lo que necesita, porque no está seguro de que se lo ofrezca alguien, lo mas práctico es no votar. Pero ante ello se opone la idea de que no se puede permitir que España siga en un totalitarismo clandestino, en una autocracia donde el poder personal toma todas las decisiones. ¿O da lo mismo? En los ámbitos locales es más fácil inclinarse por o contra concejales a los que se conoce; finalmente, se opta por "la buena persona", que quizá no sea la misma cuando tenga el poder.

Parece que la opción más clara de a quién votar o de no votar es una cuestión individual: de su instinto, de sus compañeros, de su familia, de su sentido dentro de esta sociedad, o marginado de ella. Pienso que lo más sano y lo mas conforme con cada uno es no dejar de ser, precisamente, cada uno."

El arte de votar, por Eduardo Haro Tecglen (allá por el 2003)

domingo, 13 de noviembre de 2011

cançó de matinada

Es raro volver por estos lugares. Viejas calles de juventud en las que se han pasado buenos y malos ratos; refugio de pecados y mentidero de alegrías.

El tiempo pasa y las horas pesan. Cambian las personas, envejecen las conversaciones, se cierran puertas y otras se entreabren para mostrarnos lo que fuimos y lo que somos. Nunca concuerda. Ni éramos lo que pensábamos, ni somos lo que creemos que somos. Tal vez así deba de ser. Hay que dejar margen a la imaginación para que retoce a sus anchas.

domingo, 30 de enero de 2011

hambre

"A veces imagino un pulmón que fuera la suma de todos los pulmones, un corazón que fuera la suma de todos los corazones, un hígado que fuera la suma de todos los hígados, un hombre que fuera la suma de todos los hombres y una mujer que fuera la suma de todas las mujeres. Sólo habría en el mundo un hombre y una mujer, pero tendrían un tamaño enorme. Y habría un solo perro, pero un perro gigantesco también, pues provendría de la adición de todos los perros. Y un solo gato, desde luego, y un solo gorrión, pero estamos hablando de un gorrión con un tamaño colosal, imagínenselo. En buena lógica, habría también una sola bacteria, un único virus, una sola rosa, sólo un clavel, una espina nada más, una lágrima…

Ahora mismo, al tiempo que usted respira, están respirando miles de millones de seres humanos en todo el mundo. Muchos toman y arrojan el aire en el mismo momento en el que lo toma y lo arroja usted. Los pulmones de unos y de otros son básicamente idénticos, quizá, en alguna medida difícil de entender, aunque fácil de intuir, sean el mismo. La idea de que todos respiramos con el mismo pulmón es a la vez estimulante e inquietante, como la de que hubiera un solo estómago para el conjunto de la humanidad. ¿Cómo nos las arreglaríamos en este caso? No es tan difícil de imaginar. Las abejas, sin ir más lejos, disponen de un estómago social, además del propio, en el que guardan la miel comunitaria. Supongamos que tuviéramos que compartir el intestino grueso, el bazo, el páncreas, los riñones, el útero, los ojos, la lengua…

Supongamos que tuviéramos que compartir la Tierra, que tuviéramos que compartir la atmósfera. Imaginemos que hubiera una sola biosfera para todos. De hecho, hay una sola Tierra, una sola atmósfera, una sola biosfera, lo que es tan espectacular como disponer de un solo estómago, de un solo corazón, de una sola lengua, de un ojo único, un abdomen indiferenciado. Parece terrorífico, sí, pero resulta fantástico también que todos los cuerpos sean el mismo cuerpo, que todos los seres humanos seamos el mismo ser humano. Ahora tendríamos que deducir que el hambre de aquéllos es la nuestra, pero la imaginación no nos da para tanto.

Hambre, por Juan José Millás (El País, 20-10-2006)