lunes, 16 de marzo de 2009

entre libros y viajes

Una de las cosas que más me impresionó de la capital porteña la primera vez que la visité fue la inmensa cantidad de librerías que hay por todas partes. Cada cinco pasos: librería; cada dos: kiosco con decenas de libros. De Plaza de Mayo hasta Retiro y de Puerto Madero hasta más allá de 9 de julio los libros más actuales se mezclan con los clásicos; los últimos best sellers comparten espacio con libros de segunda mano difíciles de conseguir. De los precios ni hablo.

Un par de meses antes de emprender mi aventura argentina me propuse adentrarme de una vez por todas en el mundo de las letras -mi acercamiento a los libros era esporádico- y la verdad es que estoy leyendo más que nunca. Lo mismo paso del ensayo a la novela que de Delibes a Pérez-Reverte. Y lo mejor de todo es que me gusta y no me supone un suplicio -antes para mí lo era-. Así que aprovecho cada incursión que realizo en Buenos Aires para perderme por las librerías, da igual que sean las diez de la mañana que las doce de la noche, ahí que me meto. Ya sé, ya; ni yo mismo me creo lo que estoy escribiendo, pero es así.

Cambiando de tema. Ya conozco mi calendario académico y el mes de julio va a ser mes de esparcimiento, mes de vacaciones, con frío, pero de vacaciones. He empezado a mirar vuelos y trayectos por estas tierras para hacer incursiones en otros parajes. Este año no tocan Vaquillas -prometo emborracharme el día de la puesta del pañuelico, esté donde esté-. No sé si me iré por el norte, o el sur; a Chile o a Brasil, pero viajar voy a viajar. Sin rumbo, con poca ropa, algún que otro libro, donde me lleve el colectivo. Porque como leí el otro día: viajar es hacer camino y quien tiene meta no es viajero, sino turista. O sea: borrego numerado.

Sólo comentar que hemos cambiado de hora y ahora me llevo cuatro horas de diferencia con mi patria chica.

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