lunes, 14 de noviembre de 2011

el arte de votar

Es difícil votar. Hay que saber por qué, para qué, con quién, contra quién; con arreglo a la clase en que se está, si se sabe cuál es: quiero decir, si se tiene espíritu de clase y no si se cree uno propietario porque esta endeudado con bancos, patronos, sociedades de crédito y familiares, si pueden; por las ideas, si tienen, y, si no se tienen, habrá que buscarlas. Temo que hay personas que están tratando de coordinar todas estas tensiones, y, al final, no saben claramente en qué candidato han de depositarlas; ni siquiera en qué consiste abstenerse. El abstencionista no es una persona en blanco, un cerebro vacío: es alguien que no quiere prestarse a ser un comparsa de unas situaciones ficticias que en España comienzan con la transición misma y sus textos constitucionales, y las órdenes y decretos con los que se ampliaron y definieron constituciones y estatutos. Parece que es todo demasiado complejo: y aun lo es más. Hay que tener en cuenta circunstancias internacionales: la guerra de Irak, Bush, Europa; y la cuestión religiosa, con el Papa obviando esa guerra en Madrid; y la cuestión vasca; y la ceguera del terrorismo y el antiterrorismo Y medir el grado de democracia, sin olvidar el grado cero. Naturalmente, la cuestión obrera, o social; la preocupación o la indiferencia por las catástrofes. No se puede olvidar la inmigración. Pero tampoco podemos olvidar el pasado próximo, y lo que ha sucedido durante él. Ni una cuestión global izquierda / derecha.

Evidentemente, votar por alguien, votar en blanco, no votar, votar de una manera para municipios y de otra para autonomías, hacer ya campaña para las elecciones generales. Votar contra la televisión y sus favoritos pero ¿contra qué televisiones? ¿Contra qué periódicos, contra qué radios? ¿O de acuerdo con cuáles de entre esos medios?

Esta confusión que se arroja sobre los ciudadanos del censo no es casual. Está prefabricada. Forma parte de lo que llamamos el sistema; incluso la presión para que votemos todos, hecha desde la autoridad y desde todos los partidos, contraviene la Constitución que permite la abstención; el voto no es obligatorio, como lo es en otros países; y no digo que en todas las democracias, porque todo régimen se llama a sí mismo democrático, entre otras cosas para que no le bombardeen y le ocupen; y cuando le ocupan, se apresura a organizarse en democracia para que le den algún dinero y le permitan las ventajas que los dominantes se dan a sí mismos.

Podría sacarse la consecuencia de que en esta confusión que impide que uno vote lo que necesita, porque no está seguro de que se lo ofrezca alguien, lo mas práctico es no votar. Pero ante ello se opone la idea de que no se puede permitir que España siga en un totalitarismo clandestino, en una autocracia donde el poder personal toma todas las decisiones. ¿O da lo mismo? En los ámbitos locales es más fácil inclinarse por o contra concejales a los que se conoce; finalmente, se opta por "la buena persona", que quizá no sea la misma cuando tenga el poder.

Parece que la opción más clara de a quién votar o de no votar es una cuestión individual: de su instinto, de sus compañeros, de su familia, de su sentido dentro de esta sociedad, o marginado de ella. Pienso que lo más sano y lo mas conforme con cada uno es no dejar de ser, precisamente, cada uno."

El arte de votar, por Eduardo Haro Tecglen (allá por el 2003)

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