lunes, 4 de enero de 2010

noches en Marrakech

En Casablanca hicimos una parada mínima, lo justo para ver la impresionante mezquita de Hassan II. De allí rumbo a Marrakech. Cobras, monos, comerciantes cubiertos por chilabas y calzados con babuchas, jovenzuelos ofreciendo chocolate en cada esquina, calles impregnadas de los olores de cientos de especias, y los colores de su sobrecojedora plaza Djemma El-Fná. Todo revuelto en una auténtica explosión de llamadas a los sentidos.

Tres noches pasamos allí. La última en el aeropuerto. O mejor dicho, entre el aeropuerto y la calle, porque nos tiraron de él durante unas horas para que pasáramos frío a la intemperie. Ya es costumbre en mis viajes. Antes de coger el vuelo rumbo a España, otra de esas ya míticas discusiones político-sociales que amenizan la espera y hacen que todo hijo de vecino se quede mirando. Los que conocéis a Sayoa y a Menchaca sabéis muy bien que no es nada difícil discutir con ellos. Y como además no son cabezotas ni nada... menudo par.

La penúltima noche fue rara. Nos dirigimos los tres a cenar a un restaurante africano que nos habían recomendado. Entramos en un garito, pensando que era el que nos habían indicado. Como aún era pronto y ponían al Madrid por la televisión, nos pedimos unas cervezas. Más tarde otras. Y otras -hasta que concluyó la happy hour-. Acabó el futbol, miramos a nuestro alrededor y ni Alá estaba cenando allá. Así que salimos del bar con rumbo incierto. Nos montamos en calesa para no cansarnos y, en vez de buscar un lugar para cenar, tomamos la pronta decisión de seguir echando unas cervezas. Se aventuraba algo así desde que pedimos la primera... No os podéis ni imaginar lo difícil que es encontrar un sitio donde te sirvan cerveza en Marrakech. Preguntamos a un morete, luego a otro y a otro. Fuimos de aquí para allá, de un sitio a otro. Hasta que al final topamos con el bar de un hotel -amotinado de grupetes de españoles como nosotros- en donde pudimos saciar nuestra apremiante sed. Unas cuantas cervezas más, otras tantas para nuestro hostal, y cieguillos a la cama, que al día siguiente madrugábamos para ir al desierto.

Antepenúltima noche. Botellón en el hostal con un grupo de amigos que nos acompañó toda esa jornada. Unas risas, jiji, jaja y de fiesta. Sin mucho exagerar, voy a terminar diciendo que nos fuimos de putas con Sayoa...

El resto de detalles o aclaraciones me los preguntáis tomando una cerveza cualquier día de estos. Por mi parte, esto es todo. Sólo me queda decir que lo mejor del viaje fue la compañía. Hasta la próxima. Inshalá.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No se que tiene el pan marroquí...